lunes, 7 de enero de 2013

Santo Vencedor de las Tentaciones

San Antonio, abad es un modelo de espiritualidad ascética. Nace en Egipto hacia el año 250, hijo de acaudalados campesinos. Al morir sus padres, San Antonio entregó su hermana al cuidado de las virgenes consagradas, distribuyó sus bienes entre los dones y se retiró al desierto, donde comenzó a llevar una vida de penitencia.
Fuertes tentaciones
El demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un hombre joven, sino que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su propiedad, el cuidado de su hermana, los acuerdos de su parentela, el amor al dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas las cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de todo lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argumentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.
Vencido por la firmeza del santo
El enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la determinación de Antonio, y que más bien era él que estaba siendo vencido por la firmeza del hombre, derrotado por su sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su confianza en las armas que están "en los músculos de su vientre" (Job 40-16). Jactándose de ellas, pues son su artimaña preferida contra los jóvenes, atacó al joven moletándolo de noche y hostigándolo de día, de tal modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que se libraba entre los dos. El enemigo quería sugerirle pensamientos sucios, pero él los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su ayuno. El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza del alma creada por él, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la tentación. Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado ser como Dios, hizo el loco ante la resistencia de un hombre. Él, que en su engreimiento desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de carne en su carne. Verdaderamente el Señor trabajaba con este hombre, el que por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así, todos los que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Co 15,10).

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