martes, 1 de enero de 2013

La Mansedumbre de una niña

Laura fue una alumna aplicada. Prestaba atención a todo lo que se explicaba en clase. Asistía a catequesis, estudiando con esmero y sacando provecho a lo que aprendía para su vida cristiana. Las salesianas, al ver el carácter bondadoso y la exquisita educación de Laura, decidieron encargarla del cuidado de las alumnas más pequeñas. Cometido que hizo mil maravillas. Con un trato agradable y siempre con una sonrisa en los labios, Laura atendía a las niñas con cariño, las peinaba y las arreglaba; consolaba a las que veía un poco tristes o llorosas; y a todas las alegraba a estar alegres y contentas.
Laura era feliz en el colegio. Era una niña llena de bondad, inocencia y candor, y de trato muy cariñoso con sus compañeras. Tenía el don del desprendimiento y sacrificio por los demás. Todas las cosas que le traía su madre, como dulces, las repartía con las demás internas del colegio. Era admirada por las demás alumnas como la mejor compañera, la más amable y servicial. Había descubierto a Dios en la fraternidad con sus amigas y en el amor a su familia.
Pero también la joven Vicuña sufrió la incomprensión por parte de algunas compañeras, que empezaron a tenerle envidia, a murmurar de ella, e incluso a difamarla. Una de ellas llegó insultarla, diciéndole: Eres necia y una petulante. Laura reaccionó con mansedumbre y le dijo: Siento verte contrariada, me gustaría hacer algo por ti.
Beata Laura Vicuña nació en Santiago, Chile, el 5 de abril de 1891 y falleció el 22 de enero de 1904. La niña encontró a Jesús y dio la vida por la conversión de su madre.   

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