jueves, 22 de noviembre de 2012

La Sagrada Familia es importante!

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;
 y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
 En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.
 De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor,
 pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
 Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
 Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
 Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
 ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él».
Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado».
Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
 Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
 y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores.
 Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
 Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
 Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se el puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
 como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor".
 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
 Angel lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
 «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
 porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».
 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su juventud, había vivido siete años con su marido.
 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
 Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
 y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
 Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
 Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
 Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
 Al ver, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados».
 Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?».
 Ellos no entendieron lo que les decía.
 El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
 Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres.

Oraciones a la Sagrada Familia 

 Jesús, José y María, os doy mi corazón
y el alma mía.

Jesús, José y María, asistidme en mi
última agonía.

Jesús, José y María, en ustedes descanse
en paz el alma mía. 
  
 Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento,
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones y las palabras
de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad
del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en los secreto;
enséñanos lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable.
Amén


Sagrada Familia de Nazaret, comunión de amor de Jesús, María y José, modelo e ideal de toda familia cristiana, a ti confiamos nuestras familias.
Haz de cada familia un santuario en el que se acoja y se respete la vida: una comunidad de amor abierta a la fe y a la esperanza, un hogar en el que reinen la comprensión, la solidaridad; y en el que se viva la alegría de la reconciliación y de la paz.
Concédenos que todas nuestras familias tengan una vivienda digna en la que nunca falten el pan suficiente y lo necesario para una vida verdaderamente humana.
Abre el corazón de nuestros hogares a la oración, a la acogida de la Palabra de Dios y al testimonio cristiano; que cada una de nuestras familias sea una auténtica Iglesia doméstica en la que se viva y se anuncie el Evangelio de Jesucristo.
Amén





Era pobre y silenciosa,
Pero con rayos de luz;
Olor a jazmín y a rosa
Y el niño que la alboroza:
Es la casa de Jesús.
Un taller de carpintero
Y un gran misterio de fe;
Manos callosas de obrero,
Justas manos de hombre entero:
Es la casa de José.

  1. Había júbilo y canto;
Ella lavaba y barría,
Y el arcángel saludando
Repetía noche y día:
"Es la casa de María".

Familia pobre y divina,
Pobre mesa, pobre casa,
Mucha unión, ninguna espina
Y el ejemplo que culmina:
En un amor que no pasa.

Concédenos, Padre,
Una mesa y un hogar,
Amor para trabajar,
Padres a quien querer
Y una sonrisa que dar.

Amén


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